Ronaldinho, La Última Sonrisa

Corría la primera década del nuevo milenio, inundados por el talento de cracks como Ronaldo Nazario, Zinedine Zidane o Edgar Davids, los aficionados del deporte más popular del mundo nos ilusionábamos cada fín de semana, el verlos derrochar talento era una emoción increíble, una década que puede que sea la mejor de la historia marcó a todos. Entre decenas de cracks hubo uno en especial que significó mucho para esta generación, alguien que pudo superar a David Copperfield y a Harry Houdini como el mejor ilusionista de la historia, el mítico Ronaldinho.

«Jar Jar Binks», «Dinho», «Ronnie» o como tu le quieras llamar, dio cátedra de buen manejo de balón mientras estuvo en activo, sus caños,  lambretas, bicicletas y sombreros quedarán siempre guardados en el ojo del espectador, sea con la remera del Barcelona, París, Milán o Mineiro; el Brujo de Porto Alegre hacía lo que quería con el balón. Mentor de Leo Messi, estrella mundial o  fiestero, sus facetas son insuficientes para referirnos de este ídolo, el que pudo haber sido el mejor de la historia si se lo hubiera propuesto, el brasileño con más técnica que pudo ver el fútbol.

Imposible odiar a este genio, siempre con una sonrisa en el rostro y un balón dominado antes de empezar los partidos, un diez al reverso que generaba miedo, un respeto irrepetible de ver el que tenían los contrarios con él, un completo fuera de serie. Aplaudido en el Bernabeú, héroe contra el Chelsea, Balón de Oro, portada de la prensa española cada fin de semana, (ya sea por sus partidos o sus salidas nocturnas) Ronaldinho no era un jugador de medias tintas, entregado a las dos pasiones de su vida, el fútbol y la fiesta.

El maestro «Dinho» le dice adiós al fútbol y solo queda recordarlo como lo que fue, como la leyenda que escribió, la inmortalidad que ganó gracias a su talento, los regates a las defensas contrarias, su magia blanca con los pies; el ilusionista más grande de la historia, será siempre el Brujo de Porto Alegre, un hombre que no solo nos sacó más de una sonrisa sino, que también representa las ilusiones de millones de niños que querían portar el diez en la espalda, representa todas las tardes con los amigos tratando de emular sus vistosas jugadas, representa toda aquella magia de la que tanto presume el pueblo brasileño, pero sobre todo representa algo… la última sonrisa del fútbol.

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